Una velada prometedora

El cálido ambiente interior -proporcionado por el fuego del hogar- competía en brusco contraste con el gélido manto de nieve que cubría, bello y amenazante, el paisaje boscoso de los alrededores de la coqueta casa rural pirenaica. Las enhiestas coníferas parecían pinchar el encapotado cielo y los témpanos puntiagudos adornaban la cornisa de maravilloso encaje cristalino. Las paredes de piedra de la borda amarilleaban alrededor de las llamas que, a su vez, perfilaban juguetonas nuestras figuras. La velada prometía.

Tomé la botella de vino, volví a observar la añada y, con cara de satisfacción, serví dos copas generosas del espléndido caldo. --¿De qué zona es? --preguntó con curiosidad.
--Ribera de Duero --dije observando el color cereza oscuro del vino en mi copa --hace dos meses pasé un fin de semana en Peñafiel y compré una caja.
--Prefiero la denominación Penedés. Es de aquí --afirmó con aparente convicción.
--¿Pero, lo prefieres porque te gusta más o porque es de aquí? –mi pregunta pareció incomodarle y, tomando su copa en la mano, dijo mirándome de soslayo: --Bueno, hay que hacer país --miró el vino-- y la mejor forma de conseguirlo es comprando productos de casa.

Algo saltó en mi cerebro, como un resorte o una luz roja de alarma, que me previno y me puso en guardia ante semejantes palabras. --No me parece un argumento razonable. Si te gusta más el vino, pongamos, de Rioja que el Priorato, lo mejor sería comprar aquél en lugar de éste, simplemente para ser coherente y fiel con uno mismo, ¿no crees?.

--Soy fiel a mi país, ¿no te parece bien? Creo que lo que te pasa es que no te has integrado verdaderamente.
--¿…? (estupefacción). --El tipo de integración que propones significa una previa desintegración o supresión de la noción del origen de las personas que, si es voluntaria, es aceptable pero si es obligatoria, no. Yo prefiero hablar de inclusión. Estar incluido es disfrutar de derechos y libertad en las mismas condiciones que los demás.
--La inclusión hay que ganársela --sus palabras me golpearon como violento pedrisco-- ¡ganársela! --exclamé con indignación-- los derechos básicos del hombre nacen con él en el momento mismo de su alumbramiento. Mientras se respeten la cultura y, sobre todo, las leyes de la sociedad de acogida, debería abandonarse la idea de integración por la de inclusión, mucho más respetuosa y justa.

La prometedora velada mutó drásticamente en una tensa y desagradable reunión de extraños que los dos, de consuno, decidimos dar por acabada. Apuré mi copa y me dirigí al cuarto pensando: las ideas identiatrias, cuando aparecen, lo trastocan, a mal, todo. Nos habíamos conocido hace dos semanas, con alivio y gozo recordé aquél afamado poema que termina así: …fuese y no hubo nada.