19 marzo 2008

El Obseso

Ayer me acusaron de estar obsesionado con la lengua. Empiezo a estar harto de este recurrente argumento, usado a discreción, con el propósito de ridiculizar mi postura sobre el asunto. Voy a explicarme con el minicuento que narraré a continuación, aunque previamente, y como inicio de mi respuesta, citaré a John Milton:

“Aquel que ha cegado los ojos del pueblo, les echa en cara su ceguera”.


EL OBSESO

Estaba sentado en un cómodo y mullido sillón y me espetó:

--Tenéis una monomanía. La lengua. --Me dijo momentos después de haber paladeado el Rèmy Martin de la copa que, en ese instante, dejaba sobre la mesa.

Me quedé suspendido…ciertamente no me lo esperaba, cualquier otra cosa antes que eso.

--Eso sí que no. --Le dije, una vez recuperado de la sorpresa. Tienes capacidad para razones más sólidas.

--No es cuestión de razones, es una constatación. Siempre estáis con lo mismo, constantemente --sorbió despacio paladeando el coñac-- la lengua aflora en vuestro discurso. Estáis obsesionados.

Me acerqué a él y le dije mirándole fijamente. --Imagina que puedo obligarte a que te sientes en este sillón --toqué el respaldo con la mano-- y que además lo he manipulado colocando un clavo convenientemente para que te incomode y moleste. Tú, como es lógico te quejas, ciertamente te hace daño.

--¿A dónde quieres llegar? --inquirió enarcando las cejas.

--Me explicaré --y continué la exposición--. Vuelves a quejarte amargamente, no puedes soportar el dolor y me pides que quite el clavo del sofá. --¡Otra vez!-- te respondo prepotente--. Estás obsesionado con el clavo.

¡Qué muestra de cinismo! ¿No? Es algo así como si a un negro, en la época de los algodoneros sudistas, se le acusara de estar obsesionado con la libertad. ¡Pues claro, hombre!, nunca en la historia de la humanidad se ha resuelto un problema en base a una reivindicación sino a la perseverancia en ella. Así pues, a pesar de que el que ha causado el problema te acuse de obseso, se impone la reiteración hasta la resolución definitiva del mismo.

Ahí lo dejé, creo que no le convencí, pero me sentí desahogado al reafirmar mi apuesta por esta causa justa. Pensé en la frase de Milton y me serví, complacido, más licor.
Fin del cuento, no de la historia.

1 comentario:

MUY SEÑORES MÍOS dijo...

El nacionalista de tu cuento, como uno de verdad, difícilmente pueden entender la situación que tú planteas en el relato, porque ellos tienen que intentar comprender la situación a partir de un supuesto, mientras que un no-nacionalista , tanto en la realidad como en la ficción, está sufriendo la imposición de los nacionalistas como una ofensa, como una agresión y como un ataque a su entidad personal, a sus derechos civiles.

Lugar: Barcelona, Spain