A mayor gloria de su recuerdo
Hay quienes poseen un afán desmedido por pervivir en la memoria de los demás una vez se tiene que visitar, no por cortesía, el Hades, y lo demuestran de diferentes y variadas maneras. “Que mi nombre no sea olvidado por la eternidad” reza una estatua egipcia en El Cairo; con la construcción de enormes templos y edificios y a base de repetir la imagen y el nombre de la persona en cuestión, creían los antiguos pobladores del valle del Nilo que conseguirían la inmortalidad. Unos cuantos hay, valientes, que llegan a pactar con el mismísimo diablo a fin de prolongar su existencia y otros, en fin, que utilizan una técnica antítesis de la primera, es decir, en lugar de construir para lograr un espacio en el recuerdo y la historia, se atreven a destruir un magnífico templo con el objeto de alcanzar la fama a cualquier precio, como el pastor Eróstrato al incendiar el de Artemisa en Éfeso.
Subyace en esta actitud la angustia por la muerte y el deseo de sortearla de la manera de la que es capaz el individuo: que el recuerdo del sujeto perdure en los demás, pese a ser negativo, o, mediante la venta del alma, prolongar la existencia todo lo que se pueda. Ejemplos hay para todos los gustos, desde faraones y figuras relevantes de Egipto y Grecia y de todas las civilizaciones y edades de la humanidad hasta personajes de ficción como el unamuniano don Fulgencio o el guaperas Dorian Gray. Todos estamos expuestos a caer en la tentación de escribir, aunque sea en el bloc de notas del ordenador o en la bitácora privada, el epitafio de la estatua 42.231 de El Cairo. Ante esto, seamos tolerantes.
Subyace en esta actitud la angustia por la muerte y el deseo de sortearla de la manera de la que es capaz el individuo: que el recuerdo del sujeto perdure en los demás, pese a ser negativo, o, mediante la venta del alma, prolongar la existencia todo lo que se pueda. Ejemplos hay para todos los gustos, desde faraones y figuras relevantes de Egipto y Grecia y de todas las civilizaciones y edades de la humanidad hasta personajes de ficción como el unamuniano don Fulgencio o el guaperas Dorian Gray. Todos estamos expuestos a caer en la tentación de escribir, aunque sea en el bloc de notas del ordenador o en la bitácora privada, el epitafio de la estatua 42.231 de El Cairo. Ante esto, seamos tolerantes.
Entendible es, pues, la actitud de Zapatero de ser recordado por algo más que por ser Presidente del Gobierno de España -al cabo, también lo ha sido Aznar- por eso no criticaré, desde éste mi púlpito, ese deseo del presidente, me permitiré, eso sí, la osadía -quizá temeridad quizá prejuicio- de clasificarlo, entre los tipos mencionados arriba, como erostratista; capaz de destruir un templo a mayor gloria de su recuerdo.
4 comentarios:
Lo que pasa es que, bien mirado, lo de la tan traida y llevada cúpula de los chorrretones de Barceló, no está nada mal, porque el artista -ahora sí me creo que es artista- ha sabido plasmar el babeo de ZP, en el sentido meglomaniático, con esos chorreos: ¡Por fín acabo de descubrir su significadoooo!
¡Joder! ¡has caído de la higuera! Por fin has descubierto la 'esencia' del arte.
La plasmación conceptual cósmico-metafísica con la materia hiperbólicamente fundidas en un todo sustancial envuelto catódicamente en rayones místico-idealistas en conjunción protoplasmática. ¡Enhorabuena!.
Vale, vale... que me abrumas... ¿y el premio?
Una muñeca chochona que podrá retirar del día 29 de febrero del año próximo en lo alto del monte Kilimanjaro...
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